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Thursday, March 15, 2012

Euro y cultura: dos caras de la misma moneda



En relación a la evidencia del euroesceptismo que reina en los medios de comunicación europeos, tropecé en El País hace unos días con la opinión de Sami Naïr, filósofo y sociólogo francés, quien articulaba la actual crisis monetaria del euro con la parálisis del proyecto de integración en la Unión Europea. Naïr situaba el modelo económico europeo al borde del abismo y advertía de la grave “enfermedad” por la que atraviesa el euro en los mercados internacionales.

En una entrevista televisada, Sarkozy confirmaba igualmente la mala salud del euro no sólo en el ámbito bursátil, sino también en el seno de la opinión pública. Frente a las sugerencias de abandonar la moneda única, el mandatario francés preconizaba que “el fin del euro sería el fin de Europa.” Como muestra del desánimo generalizado en algunos países de la zona euro sólo hay que consultar la última encuesta publicada por el rotativo alemán BildSegún este diario, “el 51% de los alemanes está descontento con el euro, frente a un 44% que se declara satisfecho. Además, el 49% desea el regreso del marco, mientras que el 41% lo rechaza.” Es obvio que el incipiente abatimiento frente al euro subyace en las draconianas medidas de austeridad que están siendo implantadas en la zona euro para paliar la actual crisis, y que esto mismo genera un euroesceptismo sin paliativos en el seno europeo.


Asusta (y mucho) pensar que económicamente, como dice Naïr, “Europa está enferma”, pero aún más que el proyecto europeo, en su expresión cultural y de identidad, dependa de la salud de los mercados. Hace ahora diez años, cuando el euro veía la luz por primera vez, se pensó que a falta de una lengua común en la babeliana Europa, la implantación del euro serviría como vehículo de expresión y, por consiguiente, constituiría el primer eslabón de identidad compartida  por más de 495 millones de ciudadanos. Sin embargo, el primer varapalo no tardaría en llegar con el referéndum en 2005 para ratificar la Constitución Europea. En aquel entonces, la negativa de países como Francia y Holanda, ambos con una robusta tradición europeísta, dieron al traste con la construcción europea en su máximo exponente, provocando una crisis institucional que golpeaba frontalmente  la idea de Europa como espacio de identidad social, cultural y, por supuesto, económico.

Creo que en estos momentos de angustia, de tanta incertidumbre económica  es cuando se debería revalorizar ese espacio cultural europeo y, por extensión, vigorizar un modelo  cuya manifestación no dependa exclusivamente del comportamiento del euro. La idea de una Europa federal como identidad existencial y cultural debe prevalecer, aún cuando el futuro económico de la Unión no sea tan favorable  como se quisiera. Ahora bien, que nadie se equivoque: no se trata de engullir los compartimentos estancos que decía Ortega y Gasset refiriéndose a los particularismos locales y regionales, sino seguir avanzando en un proyecto con un garante cultural y una identidad compartida que no esté basada únicamente en principios económicos.

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